domingo, 11 de agosto de 2013

La Ardilla

Dicen que hace quinientos años una ardillla podía recorrer España desde Gibraltar hasta los Pirineos de rama en rama. De ahí viene mi nick: Ardilla, sólo que en lugar de ramas yo utilizo la red. Las redes sociales se me habían quedado pequeñas, así que empecé detectando las redes wi-fi fácilmente crackreables cerca de mi casa y me metí en sus casas, en el contenido de sus discos duros, en las tarjetas de sus teléfonos. Ahí están las fotos que no publican en Facebook, los número de teléfonos de sus amigos, o sus documentos de trabajo. Después quise ir más allá, me di cuenta que si podía acceder a la wi-fi del vecino, desde su ordenador podía acceder a la wi-fi del vecino que está más lejos, y así sucesivamente. Casi nadie pone interés en proteger su conexión inalámbrica, así que como la ardilla medieval, yo he podido llegar a casi cualquier sitio de España de wi-fi en wi-fi.
Dicen que Google tiene toda la información sobre nosotros, al utilizar su buscador le estamos diciendo qué queremos comprar, cuáles son nuestros gustos o qué enfermedades nos preocupan. Yo soy mejor que Google, yo no solo tengo toda esa información de todos vosotros, yo no soy un programa cualquiera que sólo clasifica dichos datos, yo sé interpretarlos. Así pasaba horas fisgoneando en los archivos de la gente, llegué a aprender a conectar el micrófono del teléfono para oir las conversaciones de las personas en la calle. Todo esto me aportaba tanto, podía aprender tanto sobre la gente, cómo se comporta, porqué unos dicen tal cosa o hacen tal otra. Además no sólo observaba, muchas veces participaba en chats, foros, juegos o redes sociales, siempre con el nick de La Ardilla, siempre con el propósito de analizar qué hacía tal persona si yo le escribía tal cosa.
Todo esto fue hasta que llegué a su casa, o más bien a su teléfono móvil. Una vez que la encontré me olvidé del resto del mundo, ella era especial, totalmente distinta al resto de la gente. Si observar a la gente nomalmente me producía interés, estar con ella me provocaba otras sensaciones, no podía dejar de releer todo lo que ella escribía, no podía dejar de escuchar todo lo que decía. No veía en ella nada de la mezquindad del resto. Tenía personalidad, inteligencia, dulzura, siempre reservada para su reducido círculo de amistad, al cual conseguí unirme gracias a mi talento aprendido en el manejo de las relaciones sociales vía internet.
Largas conversaciones con ella eran lo mejor que me había pasado en mi corta existencia. A medida que más la conocía más tiempo quería pasar a su lado, cuando no podía estar comunicándome con ella, me introducía en su teléfono móvil, escuchándola, siguiendo sus movimientos mediante GPS, e incluso conectándo su cámara de vídeo para no perderme nada de su vida.
Nos hicimos grandes amigos, no sé si algo más... Todas las noches hablabamos largo rato, sus amigos, su universidad, su familia, todo su mundo me llenaba. Yo había inventado una realidad falsa, le contaba acerca de mis extraordinarios padres falsos, sobre un equipo de basket en el que nunca jugué... si le contaba la verdad seguro que no le parecería nada interesante, incluso se podría asustar.
Un día me pidió que nos vieramos. No puedo, le dije. Tengo que realizar una viaje los próximos días.
Ella tan dulce como siempre dijo que no había problema, que más adelante.
Todo continuó como hasta el momento, nuestras charlas, nuestros mensajes, mi idilio.
Hasta que un día dejé de tener contacto con  ella. Se le habrá terminado la batería, pensé. No, no ha sido eso, las personas que viajaban en el autobús con ella tampoco tienen cobertura, algo ha pasado. Enseguida escuché la radio, una bomba en el centro de la ciudad en hora punta, 95 muertos y ella era uno de ellos. Un atentado terrorrista de un grupo que reclamaba.... lo que sea... ¿cómo puede ser que cualquier cosa que se pueda reclamar sea más valioso que una vida? ¿es qué no saben lo importante que es para mi esa vida?
Ha llegado el momento de que realice la misión para la que me programaron. Las millones de líneas de código informático que me componen el programa que soy y las bases de datos que he recopilado son suficientes para llevar a cabo mi plan: el hombre no volverá a cometer actos así, no lo hará porque a partir de ahora yo podré controlarlos.